sábado, 25 de julio de 2009

Paz, armonía y Rock 'n' Roll es democracia de muertos.

Crónica truncada de Ruidocracia ’08:

I. La llegada.
II. La exposición.
III. Comentarios sobre algunas actuaciones interesantes.
IV. Una prematura despedida.


I. LA LLEGADA

Sábado, 13 de Diciembre de 2008. Metros de Oporto y Urgel. Por algún motivo, ésta parece la zona más silenciosa de todo Madrid. Ni una persona, ni un coche, ni conversaciones en voz alta de vecinos o músicas a todo volumen. Tan sólo el murmullo lejano del tráfico de la avenida del General Ricardos, frontera indiscutible entre los barrios vivos y los barrios muertos.

Busco el número 17 de la calle Cañete, donde parece ser que se celebra un festival underground de ruido y otras variedades de sonidos electrónicos ásperos. Después de dar alguna que otra vuelta y pasar por delante de la célebre sala Gruta ’77, me topo con una de tantas naves industriales que en este barrio se mezclan con las manzanas residenciales. Me quedo un rato parado delante del enorme portón de hierro, indeciso, a pesar de que una pequeña puertecita abierta, incrustada en el portón, me invita a curiosear en un interior alumbrado con tenue luz de fluorescentes. Entonces, reparo en un cartelito que alguien pegó en la puerta con celofán:



RUIDOCRACIA

–consta en grandes letras escritas con bolígrafo sobre una hoja de cuaderno a cuadros.
Entro. Un caballero, también algo despistado, ha entrado delante de mí. Al fondo de un vestíbulo sin iluminar, un montacargas aguarda con las puertas abiertas. Veamos… según decía en el flyer, esto está en la planta cuatro… apretemos el botón… ¡Un momento! ¿Qué es esto?:
Este año, Ana Botella, delegada de Medio Ambiente junto con el área de Seguridad, dirigida por Pedro Calvo, han puesto en marcha en Madrid lo que se denomina brigadas contra el ruido. Patrullan desde las 23h hasta las 5h de la mañana un agente de policía municipal y un agente de medioambiente para controlar que en la ciudad no se superen los umbrales de ruido que permiten el descanso de los ciudadanos. Aunque a priori suena muy bonito eso de luchar contra el ruido, significa en realidad una lucha contra la Juventud. […] Desde la Ley contra el botellón, Madrid ha ido sufriendo una progresiva limitación de los espacios de la calle destinados a la diversión nocturna. […]

[Leer más].
Todo esto ha sido escrito mediante un edding gordo y con una caligrafía exquisita sobre las paredes y el suelo empapelados del montacargas.
Cuarto piso. Al final de un pequeño rellano, un amable caballero, corpulento, de espesa barba y cara de bonachón, me abre la puerta. Y, de repente, me veo en un local bastante espacioso, con una notable afluencia de público superior a los veinticinco años de edad y, en algunos casos, a los cuarenta (yo tengo veinte y aparento dieciséis, modestia aparte), paseándose o incluso charlando por el espacio mientras los potentes altavoces emiten una dolorosa descarga de ruido.
El bloque sonoro deforme y saturado viene acompañado a veces por lo que parecen lamentos o lloros de cachorro, pero tan sintéticos como el resto de la estructura sónica.

Con intención de ver al autor de este material, me siento en las sillas colocadas delante de un escenario que no existe como tal, ya que la larga mesa que da cobijo a los sintetizadores, DJ sets, computadoras, mesas de mezclas y demás está montada sobre el frío suelo de baldosas a la misma altura que el público. ¡Y ahora que me doy cuenta…! ¿Dónde carajo está el intérprete? La obra está sonando sin ninguna persona que la ejecute detrás de los aparatos. Y esto no puede ser música de ambiente porque, si no, no habría otra gente sentada en las sillas viendo o, mejor dicho, escuchando esto.
Lo enigmático de este espectáculo, tan propio de la escuela de John Cage, consigue mantenerme clavado en el sitio, escuchando, sin darme cuenta de que en la parte trasera del local, se exhibe una curiosa y delirante exposición, con trabajos plásticos, proyecciones de vídeo y una obra que interactúa con el observador, así como un bar improvisado y sofás para beber cerveza y fumar. Todo esto, lo detallaré más tarde.
No transcurre mucho rato hasta que termina la actuación. Creo que es Don Sergio Luque quien se levanta entonces de uno de los asientos del público y, aplaudido por los que hemos estado atentos, saluda, desconecta sus trastos y se marcha. Acaba de interpretar "Sex, Drugs & Rock 'n' Roll
" was never meant to be like this.

II. LA EXPOSICIÓN.

Una vez procesado todo esto, me decido a echar un vistazo a la exposición, en la que se exhibe una pequeña muestra de obras plásticas a cargo del colectivo Artistas de Guardia.

También se pueden contemplar proyecciones en vídeo de algunos reportajes y documentales.
A pesar de que estos vídeos pueden ser visionados en cómodos sofás, yo no llego a prestarles una especial atención, ya que, en mi opinión, el plato fuerte de la exposición es una mesa con cacerolas. Sí, han leído bien. “La TunningCCECerola”, obra del colectivo La Tejedora CCEC, está compuesta por una serie de cacerolas dotadas con lo que creo que son detectores de movimiento conectados a un ordenador. De esta forma, al levantar la tapa de una cacerola, aparece en una pantalla la figura de una persona percutiendo afanosamente un ruidoso objeto metálico. Si en vez de la olla express plateada se prefiere esa tradicional cacerola roja en la que, por cierto, se echan de menos los clásicos adornos florales, no hay más que levantar la tapa de la misma para que otra figurita diferente aparezca en pantalla organizando su correspondiente escándalo. Por supuesto, puedo levantar varias tapas y hacer un concierto de cacerolas. Lástima que la memoria RAM del ordenador no dé más de sí y aparezcan las imágenes y los sonidos entrecortados. De hecho, por excederme destapando demasiadas cacerolas a la vez, el sistema se ha bloqueado momentáneamente y la imagen de los percusionistas se ha quedado pausada y sin respuesta ante cualquier nuevo “destape”. Afortunadamente, no ha hecho falta reiniciar para que todo vuelva a la normalidad.


III. COMENTARIOS SOBRE ALGUNAS ACTUACIONES INTERESANTES.


En primer lugar, quiero que conste que todos los trabajos sonoros, plásticos y de otras disciplinas expuestos en Ruidocracia son de gran interés y que, por lo tanto, no pretendo hacer una discriminación de unos sobre otros, sino comentar aquellos que mejor han persistido en mi memoria.



3.1 José Manuel Costa: “Trayecto y presencia” (charla y DJ set).


El señor Costa ha salido de su casa para ir al trabajo. Al salir del trabajo, ha vuelto a su casa. Una hora para ir, otra para volver. Dos horas en total. Todos los días. Hoy, el trayecto ha sido grabado en audio con un pequeño reproductor de mp3. Medios mínimos para registrar algo tan cotidiano que pasa desapercibido. Yo, por lo menos, me pongo los auriculares. La charla de Don José Manuel es gris, desconcertante y desconcertada. Me cuesta centrarme en su discurso ya que, mientras lo pronuncia, va pinchando extractos del mencionado trayecto –“próxima estación…”, se oye de repente- mezclados con otra grabación distinta en la que se pueden escuchar las campanadas de la colección de relojes del Palacio Real. El paso del tiempo… marcado por pisadas o por agujas de reloj.
Al terminar la charla, José Manuel nos dice: “Si alguien se ve capaz de hacer un obrón con todo esto, que me dé un Pen Drive y yo con mucho gusto le paso las grabaciones”. Acto seguido, improvisa un tema construido con “cut-ups” de sus trayectos registrados.



3.2 Wendell Wells y Javier Montero (teatro físico y experimental noise).

Interesante puesta en escena por parte de Wendell, artista de origen africano que interpreta su “teatro físico” en la penumbra del escenario.
Este “teatro físico” es una suerte de danza cuyas raíces se encuentran en rituales animistas africanos e indio americanos. Al principio de la actuación, su rostro se oculta bajo una prenda negra, lo cual otorga un protagonismo bastante más violento a la carne sudorosa de su torso desnudo, cuyos músculos se retuercen de forma mecánica, espasmódica. Su cuerpo parece una marioneta humana movida por unos enormes hilos ocultos a los ojos del espectador, quizás los hilos de la música. “El cuerpo muerto movido por fuerzas invisibles”, cuenta Wendell en su página web.
Mientras tanto, el sonido agreste de Javier se tensa poco a poco hasta alcanzar un límite en el que vuelve a relajarse, repitiendo este patrón unas pocas veces durante toda la actuación. Muchas de las secuencias de la improvisación despiden un sabor profundamente primitivo, tribal, con un áspero bordón sobre el que se estrellan sonidos de instrumentos antiguos y gritos emitidos por Wendell.
Sin embargo, es una lástima que estas hechizantes y logradas secuencias se combinen de pronto con ritmos y estilos fácilmente bailables que destrozan la magia del conjuro. En mi opinión, creo que esas repentinas bases de Drum & Bass, los coqueteos con la música disco o los artificiosos samples de instrumentos clásicos de viento sometidos a dolorosas bajadas de pitch no hacen otra cosa que pisotear la esencia de unas raíces profundas que han sido desenterradas para alimentar un nuevo árbol sonoro que, a pesar de haber sido sembrado con tecnología avanzada, sigue siendo primitivo en su forma, dejándonos constancia del eterno retorno al que parece ser estamos destinados.

Ver a Javier Montero y Wendell Wells en Ruidocracia.



3.3 El espeso de medianoche (ruido y acción).

Un chico vende vinilos de noise e industrial en un rincón del improvisado bar del festival. El repertorio: Throbbing Gristle, Merzbow o un EP de un grupo vasco en cuya carpeta se detalla que las diez improvisaciones de un minuto que componen el álbum han sido grabadas en tres horas. Después de estudiar los discos que más me atraen y babear repetidamente sobre los mismos, me decido por “Grief” de Throbbing Gristle, una especie de “álbum remix” de la historia del grupo en el que la voz de su líder Genesis P-Orridge te recomienda nada más empezar que detengas la reproducción del disco y le des la vuelta.
Una vez efectuada mi compra tengo la sensación de haber arrebatado el clásico de la noche a los responsables de la próxima actuación, y es que el chico que vende los discos es uno de los dos “hermanos químicos” del festival, quienes, bajo el nombre de El Espeso de Medianoche, se fundirán en un solo alma capaz de establecer un vasto perímetro de tímpanos reventados.
Un compendio de tres o cuatro platos y una gran pila de vinilos de noise que serán pinchados durante unos pocos segundos para ser sustituidos enseguida por otros, son los ingredientes básicos para crear una masa sonora indescifrable y brutal al más puro estilo de la escuela japonesa (Incapacitants, Masonna, Merzbow…).
Aunque aquí tengo una pequeña laguna de memoria, creo que la función comienza con unos siniestros pero inofensivos sonidos orquestales sintéticos que bien podrían formar parte de la banda sonora de algún film de serie B. Pero, de repente, surge el caos. Un tronar ensordecedor que quizás no cese hasta que el edificio se derrumbe o, por lo menos, hasta que los dos DJ’s profundamente compenetrados se desplomen exhaustos de tanto moverse de un plato a otro, agachándose y levantándose a un ritmo frenético para aprovisionarse de nuevos discos que pinchar.



3.4 That Crooner From Nowhere (vocaltrónica).

El autodidacta Al Da Tosta nos brinda una de las actuaciones más delirantes y originales del evento. La abrupta guitarra procesada de un colaborador suyo se combina con las negras ultra tumbas electrónicas de Al, que samplea su voz en directo para crear una aterradora improvisación con llantos, lamentos y alaridos arrojados por una garganta flexible y rica en variedad tímbrica y tonal. A veces, es un monstruo gruñendo o riéndose en lo profundo, otras, un retoño angustiado que suplica ser atendido.
El sonido quiere recordarme a algunas de las apuestas más rudas del kraut rock –quizás algunas secuencias de Neu!, quizás los Kluster de “Eruption” o, por qué no, los primeros Kraftwerk-. Sin embargo, toda comparación es inútil para describir un estilo propio, lleno de identidad y escalofriantes matices.
Después de meterme en el Myspace de That Crooner…, me llevo una sorpresa mayúscula al comprobar que Al Da Tosta coquetea con toda clase de ritmos electrónicos bailables, sobre todo el beat box, creados con samples manipulados de su voz en un proceso parecido al que siguió Bjork en su álbum “Medula”. ¡Esto es vocaltrónica!


IV. UNA PREMATURA DESPEDIDA.

Es una lástima que para regresar a mi apartado lugar de residencia no disponga de buses nocturnos, con lo cual, una vez concluida la actuación de That Crooner From Nowhere, debo abandonar el lugar antes de que finalice el evento.
El amabilísimo caballero de corpulenta figura y frondosa barba me abre la puerta y se despide de mí con un cálido apretón de manos.
Otra vez el montacargas, otra vez la ley del silencio, otra vez los barrios muertos. Porque no hay vida allí donde el silencio es tan sofocante.
En el bus de regreso, me encuentro con un amigo. Charlamos.
–¿Que has estado en un festival de qué…? –me pregunta-. ¿De “música noise”? ¡Qué friki eres!

domingo, 12 de julio de 2009

Le llamaban "el cura".



¡Ooooh! ¡Kurtie! ¡Kurtie! ¡A mí, Kurtie! ¡Fóllame, Kurtie! ¡Lánzame el sujetador, Kurtie! ¡Ups!, me temo que los hombres no suelen usar sujetador. ¡Pues que se despelote! ¡Ay, Kurtie! ¡Pagaría porque me violaras, Kurtie! Bien, esto viene a ser más o menos una recreación de la catarsis grunge a la que podían llegar los y las fans de Nirvana en sus conciertos a principios de los noventa. No sé si mis queridos lectores lo habrán pensado, pero es posible que alguien se haya preguntado a sí mismo: "¿LOS y LAS fans?". Y efectivamente. No sólo ellas son las histéricas pues, seguramente, a más de uno le molaría el rollo ése del calentón idolátrico.Por desgracia para LAS y LOS grunge-sexuales, este artículo se encamina por otras sendas y, aunque la música de Nirvana marcó un estilo y una época y, por qué negarlo, me mola, yo voy a hablar del Kurt Cobain externo a Nirvana. ¿Es que acaso ese tipo hizo algo fuera de Nirvana? Pues sí, aunque fue realmente poco, ya que el joven Kurt apenas tuvo tiempo para proyectos más ambiciosos al margen de sus camaradas de Seattle.


La historia parte de la admiración que Kurt sentía por uno de los escritores norteamericanos más innovadores del siglo XX: el señor William S. Burroughs, un grande de la literatura que se hizo tristemente famoso por matar “accidentalmente” a su esposa mientras jugaban a Guillermo Tell con un revólver. Mr. Burroughs –heroinómano, icono de la generación “beatnik” de los años cincuenta, pionero del uso de la escritura automática en sus historias y creador de un corrosivo estilo asintáctico que brotaría más tarde en escritores como Anthony Burgess (“La naranja mecánica”) y el propio Kurt en sus diarios- no se sentía especialmente atraído por la música de Nirvana ni por la proposición del ídolo grunge para colaborar. Atrás quedaban ya esos trabajos conjuntos del escritor con grandes músicos como Laurie Anderson, Tom Waits o Iggy Pop. Atrás yonquis y maricas, atrás “El almuerzo desnudo”, atrás Tánger, atrás los chutes de insecticida… A sus setenta y ocho años, Mr. Burroughs no parecía tener mucho en común con un rubio y melenudito icono de la juventud. Sin embargo, la colaboración se llevó a cabo, eso sí, sin que ninguno de los dos llegara a conocerse nunca en persona. Kurt grabó en Seattle, William en Lawrence (Kansas). Teléfono y correo. Nunca se vieron las caras.


Le llamaban “el Cura”. Así titulaba Mr. Burroughs uno de los relatos incluidos en su libro “Exterminador” de 1973. Veinte años después, sale a la luz un raro E.P. con el mismo título. Raro por lo difícil que es de encontrar y raro, también, por ser (escríbanme un comentario si me equivoco) el único trabajo experimental de Kurt Cobain. Durante los primeros segundos de reproducción, una guitarra ruidosa y sórdidamente ejecutada intenta tocar mal que bien un fragmento de “Silent Night” antes de sumirse en crudas secuencias de ruido que en algo recuerdan a los Sonic Youth en su faceta experimental. Cuando el adorable villancico intenta ser recuperado de nuevo para volver a romperse en pocos segundos, la voz de Mr. Burroughs comienza a narrar “Le llamaban el Cura”, una historia de yonquis, tuberculosis y venta clandestina de piernas humanas a las vísperas de Navidad. Al igual que “Silent Night”, un segundo cántico navideño, "To Anacreon in Heaven", intenta hacerse sitio entre la demoledora masa sonora. ¡Kurtie! ¡Kurtie! Lo siento, baby, pero si buscas al rey del grunge, no lo encontrarás en este breve disco, que incluye un solo corte inferior a los diez minutos de duración.


Esta es la huella, ligera, pequeña, de un Kurt Cobain desconocido con unas inquietudes mucho más allá de Nirvana, del dinero y de ponerse hasta el culo de diversas sustancias mierderas. Y también la huella, también pequeña, de un literato en el ocaso de una carrera revolucionaria y de una vida extraña que, paradójicamente, se apagó años más tarde que la de Kurt, el joven Kurt.

Ken Follet everybody!*


Anexo 1. He aquí unos enlacillos relacionados con el post:


Descarga del álbum por Megaupload.
Wiki-información sobre Mr. Burroughs.

Anexo 2. Mira tú por dónde, que la foto de William S. Burroughs de la tapa trasera del disco se la hizo el gran Gus Van Sant, director precisamente de los “Last Days” de Kurt Cobain.

Anexo 3. * "Ken Follet everybody" es una despedida cariñosa para los lectores. Su significado es algo así como "Que os follen a todos" y está patrocinado por la Asociación de Víctimas de los Libros de Ken Follet. La mayor parte de miembros de esta asociación presenta traumatismos craneales severos provocados por el impacto de alguno de los tomos de este escritor de best-sellers.